“Haga de cuenta que Dios es Uribe”

Julián Ovalle

Van a llamar a juicio a Álvaro Uribe Vélez. Si no lo escuchó nombrar antes, sepa de entrada que fue presidente de Colombia en dos cuatrienios (2002-2010) y que este escrito no es una expresión de afecto positivo, no. Resultó ser una reconstrucción autoritaria, un texto producto de la incertidumbre ante lo que pueda pasar en un proceso judicial sobre un personaje muy poderoso, tal vez el más poderoso de Colombia.

Este señor a la fecha ejerce fuerte control sobre el poder ejecutivo: mediante un jovial arlequín que “él puso” en la presidencia, un joven político que habla muy bien inglés y se llama Iván Duque, si no nació en Colombia seguramente no lo conoce, porque hace un año nadie lo conocía. Controla el poder legislativo a través de la fuerza mayoritaria y obediente de la bancada de SU nuevo partido el “Centro Democrático”; y sobre el poder criminal, los alcances de su control mafioso no se pueden conocer con certeza, tal vez ahora la Corte Suprema de Justicia empiece a dar mayores luces ante esa visible oscuridad. Lo que sí se puede saber con certeza es que el pasado junio de 2018 mantuvo su curul como el senador más votado (801.692 votos). El hombre es como un dios de la falsa democracia.

El legado de su gobierno es la Política de Seguridad Democrática. La más gran reciente cicatriz en la larga historia de conflicto en Colombia, fue el resultado final de la documentada cooptación del estado por parte de los paramilitares. Esta política, según las investigadoras Juliana Ospitia y Marcela Porras (2009), “antes que un deseo de cambio sociopolítico real, (fue) un deseo de cambio radical de carácter moral, que legitima(ba) socialmente la salida militarista de la guerra total contra el terrorismo, como única salida posible frente al conflicto”. Con el paso de los años los nacidos en Colombia sabemos que este personaje logró ir al centro del conflicto armado: fue exitoso en robarle a las tradicionales clases políticas gobernantes los corazones de los terratenientes e industriales, de los empresarios de la tierra y el petróleo, de aquellos que optan por despojar tierra, allanar en ella caminos para sus ejércitos privados, aplanarla para sus incontables vacas, homogenizarla mortalmente con monocultivos… y claro, resulta fácilmente comprensible, todos socios naturales, amalgama simbiótica.

En efecto no fue el cambio prometido, la democracia no se vio fortalecida con el azote de la seguridad, por el contrario, fue la exacerbación de la guerra: los años de la política de seguridad democrática fueron en los que las garras de Águilas Negras de los paramilitares arreciaron con la fuerza colaborativa del Ejército, se pintó ante los ojos de la nación colombiana y sus medios de comunicación (detentados por 3 grandes grupos económicos: El de Luis Carlos Sarmiento Angulo, el dueño de casi toda la banca colombiana, el de la familia Santo Domingo, dueños también del monopolio cervecero y el de Ardila Lule, quien es el dueño de RCN, que es sistema de radio y televisión más fiel e incondicional con Uribe) un ensangrentado panorama de desplazamiento forzado, de despojo de tierras, con un congreso paramilitar cómplice con el aumento de la edad para la jubilación, con la reducción de los tiempos considerados “horas extras” de los horarios laborales, un congreso al que Uribe le hizo un neoliberal llamado bien particular: “mientras no estén en la cárcel, voten las iniciativas de gobierno”. Los años de Uribe fueron en los que lograron, mediante una costosísima propaganda militar, implantar la idea de los soldados como héroes, eran los años en donde le dejaron grabado en la memoria de la Colombia mediática que ““los héroes si existen”. Fueron los años en que se duplicó el píe de fuerza del Ejército a partir del reclutamiento discriminatorio e ilegal que implicaron las “Batidas” (patrullas militares que salen con el propósito de llenar sus camiones con jóvenes en edad de reclutamiento). Tiempos de descaro, porque a pesar de “vender” a los soldados profesionales como héroes, les quitó beneficios como derecho al reconocimiento mensual de un subsidio familiar equivalente al cuatro por ciento (4%) de su salario básico mensual más la prima de antigüedad.

 

Los años de Uribe fueron en los que se disparó la vieja práctica de ejecuciones extrajudiciales, de la que se han contado más de 10.000 jóvenes inocentes, que después de asesinados, hicieron pasar por insurgentes dados de baja. En esos años se hizo una falsa desmovilización, a todas luces falsa, de grupos paramilitares, lo que ha hecho que con los años estos sigan operando, pero ya de forma descentralizada sin poder señalar una estrategia estatal en sus acciones: el encargado de esa desmovilización fue el sacrificio del uribismo, el señor está prófugo y es el precio de la limpieza judicial de muchos paramilitares que ya están libres, algunos en las playas de Miami. En términos generales, los años del gobierno de Uribe fueron una época de cohesión nacional motivada por un evidente terror autoritario militar.

¿Por qué escribir y seguir dándole más atención a una persona que detenta tanto poder? Pasa que este personaje sigue siendo muy peligroso. Yo coincido con una columnista, muy de la oligarquía, muy de la academia ella, Carolina Sanín, que el fenómeno de Uribe tiene un trasfondo psicológico que escaló a la política: la aparición de un caudillo como figura paterna violenta que decide golpear para corregir, en un país tan católico, es una figura análoga al patriarca que sacrifica a su hijo, es decir, ciertos segmentos de su rebaño, los comunistas, los jóvenes que no trabajan en los monocultivos del famoso café colombiano, cualquier opositor. Es por eso que aún resulta oportuno regresar a este personaje, de quien hablar con hastío, vergüenza, ira, complicidad, fanatismo, se ha hecho un lugar de encuentro, un lugar de construcción de nación: tomar posición ante lo que representa este señor es ya casi que inevitable, el encuentro de relatos en torno suyo genera un espacio más donde se habita y se recrea la colombianidad. Sí, es vigente porque sigue siendo peligroso, y su peligro radica en que ese padre patriótico da lugar a reconocimientos tan patéticos como el de “El gran colombiano” (título proferido por votación sometida por The History Channel) o el del Dios mismo, casi como el delirio norcoreano que muestran los medios como CNN.

Después de más de una década de su patriarcado soterrado, de escándalos que lo relacionan con el paramilitarismo y el narcotráfico, ahora que se suman más de 28 procesos judiciales ante la Corte Suprema de Justicia y señalamientos de periodistas e investigadores, por fin ésta corte se interesa en indagarlo por algo, no por ser el líder de camuflado civil de la violencia paramilitar, tal como tantos sentenciados lo han señalado, no por espiar las altas esferas del poder judicial, no por bombardear territorio ecuatoriano en su maniaca lucha antiterrorista; no, está siendo investigado por los delitos de soborno y fraude procesal. Es curioso ver que ahora vuelve a intentar vieja estrategia que falla: denunciar y salir investigado. En recientes días denunció iracundo al senador Iván Cepeda, político ubicado en las antípodas de su extrema derecha, de hacer manipulación de testigos en su contra, sin embargo, la Corte Suprema de Justicia decide que las evidencias apuntan a que quien debe ser investigado es el demandante, el mismo Uribe.

Días atrás Colombia supo con sorpresa la noticia que Uribe será citado para indagatoria, la sorpresa creció más cuando el ex presidente, o el “presidente eterno”, tal como lo nombró el presidente electo, anunció la renuncia a su actual curul para que su defensa no interfiera con sus labores parlamentarias, tal como hizo décadas atrás el mismo Pablo Escobar en aquellos años que el narcotráfico empezaba a escalar las instituciones del Estado colombiano. Es sorpresivo, no porque faltaran razones para la investigación, sino porque el caso escaló a la Corte Suprema a pesar que todos los testigos contra él en el caso fueran asesinados sistemáticamente. La sorpresa también radicó en que la máxima instancia judicial de Colombia se atreviera meterse con Uribe, porque de alguna forma el mundo sabe, sobre todos sus esbirros propios, que en Colombia “Uribe es Dios” todavía.

 

Ahora empieza un proceso que está marcado por la incertidumbre, un show judicial que tendrá lugar en un contexto de retorno de la acción paramilitar sistemática en contra de personas específicas en las comunidades y organizaciones sociales: reclamantes de tierras despojadas, familiares de víctimas, personas que impulsan la organización juvenil, militantes del partido que le compitió en las pasadas elecciones. En un contexto donde ahora Colombia recuerda esa confusa llegada a la paz al ver cómo se hacen más difíciles las condiciones para la negociación con el Ejército de Liberación Nacional – ELN -. Ahora está por verse si Uribe, quien dice que su designio de vida es luchar contra la infamia, armará una defensa desde la libertad o desde la cárcel.